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domingo, 30 de diciembre de 2012

A las Brujas


No voy a entrar en la discusión de si se puede o no mantener en servicio regular una flota que está próxima a cumplir los 100 años.  Ya mi posición al respecto ha quedado, espero, clara en entradas anteriores en este espacio y en otros lados.  Como se decía en los tiempos en los que las Brujas fueron fabricadas, "duele dejar atrás el pasado pero el Progreso es inevitable"; afortunadamente hemos evolucionado supongo lo suficiente como para conservar algún rastro de ese pasado que nos hace quienes somos.

Mi propósito hoy es rendirle homenaje, nunca despedida, a estas joyas de la ingeniería que dan origen a mi seudónimo, que ya es casí un segundo nombre.  Para los fanáticos de las citas comento que el texto que reproduzco a continuación, cuyo autor se desconoce, apareció en algún boletín del sindicato La Fraternidad hace ya muchos años y fue rescatado por la gente de la revista Todo Trenes en su edición de mayo-junio de 2011.  Me acordé de él el pasado jueves, cuando en una recorrida por la línea A noté que el olor de la tristeza había desplazado al de los frenos de lapacho.  Ese día sólo vi miradas tristes en el personal y en los pasajeros: sabíamos que a nuestros venerables ancianos les llegaba la jubilación después de sentirlos, como diría Borges, "tan eternos como el agua y el aire".  Todavía, me ilusiono, estamos a tiempo de evitar que las Brujas sigan este camino de destrucción o, peor aún, de convertirse en un adorno de plaza, estación de bicicletas o leña para el asado.

Estación del Olvido

Vieja máquina que fuiste
pionera de mil hazañas
desde el mar a la montaña
y de sur a norte anduviste
pero luego que cumpliste
fielmente con tu misión
desde la administración
decidieron jubilarte,
pero además condenarte
a la desaparición.

Así un día te llevaron
junto con otras hermanas
que en tétricas caravanas
de todas partes llegaron
y donde antes te sanaron
quedó sellada tu suerte
y allí esperaste inerte
tu propia exterminación
en la triste procesión
de condenadas a muerte.

Preciso y con poco ruido
un soplete te dio muerte
tal vez gozaría al verte
llorar metal derretido.
¡Qué dolor habrás sentido
cuando te estaban cortando!
Y fueron amontonando
en una montaña humeante
los restos de otro gigante
que ya estaba agonizando.

Quién sabe qué calcularon
qué ganarían con eso...
si hasta invocando el progreso
los que así te condenaron
ni siquiera vacilaron
en tomar la decisión
de convertirte en montón
de chatarra a breve plazo
para arrojarte en pedazos
en alguna fundición.

¡Qué pensará al recordar
aquel viejo maquinista
que junto con el foguista
tanto te hizo trabajar!
Tal vez llore al comprobar
que aquello ya se ha perdido,
que así te han agradecido
gobiernos y dirigentes
enviándote finalmente
a la estación del olvido."